Era, lo que he tenido a bien llamar,
una mujer crujiente, de toma pan y moja,
de aquellas que son buenos hasta los huesos.
Ella solía, en las horas punta,
parando el tráfico y las respiraciones,
llenaba las ventanas y ponía firmes a la tropa,
en el bar, en la barbería, en la plaza…
Un día, con los amigos, en la playa,
aquella que en el Delta es casi privada,
como particular, escondida, deliciosa y única,
la vimos sola, como de incógnito,
detrás de unas gafas inmensas,
luciendo sus carnes menos prietas, poco firmes,
con surcos y protuberancias varias…
Igual era una buena persona, dulce,
igual la decepción éramos nosotros… ingenuos.
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