Me encantan los maestros de escuela,
porque sé lo que hacen cada día,
cómo piensan, cómo sueñan despiertos.
Me entusiasma mi mujer, como esposa,
como maestra… porque trae a casa
su magisterio, caricia y distinción,
de las facultades humanas del entorno.
A veces, incluso se le olvida que soy yo,
que también fuí maestro con mando en plaza
y que conozco, por mil experiencias,
las miserias y las glorias del oficio de amar,
porque… qué es sino amor la educación de los niños.
Me divierto cuando le digo a mi señora…
¡Alto, amiga, yo no soy tu alumno, ésta es mi escuela!
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