Podría ser un poeta del pueblo… más de pueblo que poeta,
y hablarles de las tradiciones y las faenas típicas, manuales,
contarles del arroz en remojo para el sembrado, gavillas verdes,
para plantar a mano, torcido, con el primer sol, en el barro,
con agua hasta la rodilla y en retroceso, esfuerzo interminable.
Y puedo impresionarles con el abono, capazo al cuello,
y entre fango, ir esparciendo el alimento vital…
y contarles de la siega con la hoz, lomo torcido, como siempre.
Cómo no recordar las gavillas amarillas encima de la paja cortada,
tomando el sol y esperando la barquita con tiro animal
que les lleve a la garbera…
Quién no recuerda la preocupación, la angustia por la calentura de la misma…
La trilladora, el secado, en envase, el cupo forzoso que había que pagar…
Todo mi respeto y admiración a mi pueblo, a sus gentes…
que después andaban curvados por pasar sus vidas en los arrozales,
mirando siempre de cerca, quizá demasiado, el agua y el fango del arrozal.
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