Déjame llorar de lágrima plena
a orillas de mi mar refugio
que, cual pecho de amigo noble,
cobijas los desahucios penitentes.
No ha mucho, parecía entreabrirse el cielo,
pero no llegaron los soles azules,
más bien llovieron los peores sapos,
aquellos que son maldad de malicia…
Y recuerdo las vías de dulzura,
los senderos floridos, los aromas sinceros…
Todo parecía la meta totalitaria,
aquella infranqueable en la adolescencia,
y que, de conseguirla, la creen el logro definitivo.
Todo se fue al traste, y el mar estaba allí,
antes bravío y exultante de parabienes,
ahora manantial de comprensión...
y abrazo en lágrima.
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