Son las once y cuarto de la noche. Teresa y yo estamos en la mesa, tranquilos, sin palabras, alguna mirada, alguna broma. Parece que refresca, subimos un grado la calefacción… El otro día, en el Delta, en mi casa, comimos un arroz típico, “calent” le llamamos los nativos, me comí un exceso… y, entre la gula y acondicionamientos, uno piensa en la intemperie, en los portales a lo sumo, donde entre cartones duermen algunos, también en aquellos que dudan entre comprarse una barra de pan o una botella de vino o un tetrabrik, porque esta última opción les lleva al olvido de su realidad…
Me entran dudas y me invaden tristezas. A parte de algún aporte espontáneo, no me fío mucho de las asociaciones, porque se demuestra que no todo lo dado llega, pero sí que habría que activar las conciencias, porque hay gente que pasa hambre, y no en el tercer mundo sino a la vuelta de muchas esquinas de este país que dicen salió de la crisis… No fuera solución, pero estaría bien que alguna vez y más de muchos, sentáramos a algún hambriento en nuestra mesa.
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