La brisa fría me abraza con hielos, me dice suave que me quiere mucho, pero no la dejo penetrar por el abrigo y cubro la cabeza con gorro orejero y los pies con botas y calcetín de lana. Bien, bien… pero hay una parte, quiero decir… del cuerpo serrano, para la que no se inventó un abrigo… La nariz, roja ella, permanece a la intemperie, expuesta impunemente a los gélidos ambientales. Pero bueno...a pesar de todo, uno ha ido de paseo urbano por la Rambla y, en regreso por el mar y el puerto, con la barba tiesa y la nariz roja, pero feliz y en espera de que llegue el sol de primavera…
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