Nunca fui un experto bailarín,
pero la noche era cálida y serena,
el ritmo lento de un saxo lejano,
con graves suaves, como suspiros…
Me acerqué con reparo decidido,
y le hablé del tiempo y de la luna,
ella me contó del encanto de la noche,
y bailamos, sin bailar, despacio…
Era lo de menos, quizá la excusa,
la mediación, al abrazo deseado.
Quizá el calor nos llevó al refresco,
al apartado, donde siempre hay un jardín,
donde también llega el saxo al aroma,
y la luna se escondió discreta,
y apareció un beso, a modo de luz…
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