Su mueca característica, suave,
aquel ademán permanente, único,
la mirada profunda y dulce,
sus cabellos de un blanco avanzado,
bien peinados y acabados en moño,
una manteleta negra que se hizo ella,
a veces un pañuelo, vestido largo,
la cabeza siempre alta, ojos azules,
siempre activa, siempre al quite,
siempre enmendando, subsanando,
tapando cualquier agujero viable…
No, no había que buscarla nunca,
mi abuela siempre estaba allí, a mano,
siendo el eje, el temple, la coordinación.
Te quiero, abuela, fuiste una gran mujer…
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