Evidentemente, me extasío tendido
ante la belleza de un cerezo en flor,
de un almendro con tendencias rosadas,
o de la aromática belleza de los azahares.
Últimamente, me encantan las moreras,
que las podan para que sean parasoles
y en invierno muestran sus ramas,
como las varillas de un paraguas.
Qué decir de una encina bicentenaria
que reina en el bosque espeso,
sombreando matorrales y acogiendo fauna.
Punto y aparte merecen los olivos
que, cual iluso que pretende esconder años,
muestra rugosidades y estrías y repliegues
que tienen cierta gracia cómica,
aunque también una respetuosa dignidad…
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