La he visto, me ha mirado, creo en Dios,
decía el poeta enamorado del amor.
La muchacha de los ojos agudos,
de azules de cielos y lunas de mar…
Va por la montaña rusa, simulando…
en la cresta abre la puerta de las sonrisas,
para nadie, y al valle llora sola.
No se da paz ni en la ladera…
surca mis suspiros y muere, cual Guadiana,
para sacar sus ojos al sol que no calienta los míos.
Y, en la calle con bosque tupido,
los ojos de claros azules despiertan,
buscan paseos de mar y de arena.
Cuántas veces te busco sincero
en mis nocturnos de mejores luces.
Cuántas veces tus miradas bebes,
cuántas… tus silencios sorbo.
Y me pierdo escalando infiernos,
o bajando a las calderas profundas,
en aras de una sonrisa, de aquellas que,
al compás de tus ojos salados,
son como una fuga a ninguna parte.
Ni si, ni no, ni nada…
Nada, en un no, sin el sí…
Mi tren pasa de largo, el barco no ancla,
mi vuelo no aterriza a tiempo.
Mis nubes no cubren su sol,
pero… un día la encaro y la trino,
y con el alma suplo al corazón,
y quien sabe…
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