Nunca aspiro al laurel, no llego,
nunca seré zorra frustrada irreal.
Mis uvas están a mano y maduras.
Tengo el suelo firme y cerca.
Pies tengo, con resorte elástico,
para los vuelos lícitos de la mente.
Soy propenso a supervalorar todo.
Me miro en espejos con valores,
aprendo, sin querer, queriendo
y enseño, sin querer, mostrando…
Pero mi ahora, que ya soy compendio
y tengo la despensa de las experiencias,
no me creo nada, sólo cambio respetos.
Sólo digo silencios explícitos,
sólo admito verdades de amigo.
No aspiro a palmadas ni flores,
ni a sonrisas torcidas forzadas.
No anhelo el halago que esclaviza,
desinhibe y, sobretodo, debilita cruel.
Menos estaría dispuesto a convivir
con la compasión de nadie
como compra burda
de mi libertad incondicional.
Aspiro a mi paz exterior
y a vivir en mi, con los míos…
No, nunca aspiré a la hazaña,
al laurel, aunque a veces olía mejor.
Quería, quiero, siempre quise, ser feliz…
con menos cosas, con más personas.
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