La miraba a hurtadillas, me la comía entre silencios,
era mi secreto, mi ilusión, mi esperanza, mi luz del día siguiente.
La soñaba en los fríos nevados, y en verano sus soles cegaban,
y en los siempre de cada segundo era presencia y sosiego y latido.
Quise vestirme de simpático, de encontradizo, de oportuno.
Quise ser dogma de una fe segura.
Quise, la quise, con tal proporción que quise ser ella
en lugar de hacer del ella otro yo.
Y en mi espíritu sin paz, donde la desesperación fuerza los retiros,
conversé con ella, acoplé sus respuestas, puntualicé sinceridades…
hablamos, como en película, en una escena donde yo era el guionista,
el director, y ella sonreía a mis ritmos…
En la vuelta a la realidad, me seguía amiga pero ausente,
con afecto pero sin comprensión, con clase pero sin quemarse con mi luz…
Y yo la seguía mirando a hurtadillas, comiéndola entre silencios vacíos
y quemando con ojos lupa los papeles de poemas con versos…
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