Madre mía, cómo andan las niñas… poderío, desparpajo, movimientos de vals.
Atrás quedaron los abrigos de afuera y los arropes de adentro, más suaves.
Cielos, qué soltura que despeje, qué aire…
Recuerdo mis palabras a la quinceañera, a mi sobrinita "Titi",
en progresión constante de arte y armonía belleza natural.
Decía, convencido, quizás osado por la estima y por la confianza:
"Yo te haría ir desnuda de acicales, cualquier cosa que te pongas o te pintes,
fuera delito macular la esencia con envoltorios que perturban el contenido…"
La niña, inteligente ella, todo orejas, captaba el mensaje de la buena fe,
se descoloraba un poco, se desguarnecía otro poco… y se naturalizaba un mucho.
Y yo sonreía para mis adentros para desembocar en unas risas,
diciendo… y aún te sobran piezas.
Por favor, no penséis que soy un viejo verde, al menos por lo de viejo…
ya que, por lo verde, pues bueno, ya sabéis… la verdura del campo,
el frescor de las hojas, el color de la esperanza, los sueños,
las posibilidades de las regeneraciones…
¡Madre mía, no me tapen las niñas!
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