Todos conocéis mi amor por el Delta del Ebro,
su belleza natural me vuelve artista
y me sale el verbo emocionado y pleno.
Parece como si el cielo me diera la gracia
al llegar por estos lares de ingenio.
Me conmueve la gente franca, sencilla,
exenta de poses para ser vistas,
aquellas que sólo hacen los hipócritas crónicos.
Son gente que va de cara, proclamando trabajo y verdad,
amor propio, esfuerzo y sentido de convivencia.
La historia, aquella que cuentan los abuelos,
no la que te venden falsa y dirigida,
me cuenta la gracia y el tono lindo
de las gentes de mi pueblo amado,
de cómo crecieron, como una hierba más,
en el bosque llano de mar y río,
comiendo angulas como fideos,
cazando, casi con las manos,
las mejores carnes de pluma
y, entre las lagunas de aguas dulces y saladas,
los mejores peces, excelentes mariscos de todo tipo…
Mi abuela siempre daba las gracias a Dios, al sol y al agua
como brazos ejecutores de todo bien.
Mi abuela fue un habitante feliz
en ese paraíso que les suelo nombrar.
Ahora, quizá un poco mermado,
pero mi Delta aun tiene luz propia, paz común…
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