Nunca he sido un bebedor empedernido, de aquellos que se despersonalizan y evaden buscando qué hay en el más allá más lejos para ponerse, eso, lejos de la realidad. De todas formas, me gustan los vinos con cuerpo, aquellos que no sólo acompañan, que también, sino que son en sí un placer que exalta y hace que las armonías comensales tengan un solo de violín que homenajea toda la realidad de una buena mesa. Vino, compañero inseparable del café, principio y fin de una buena comida. Cuántas veces el vino no está a la altura y las viandas pierden su encanto y empobrecen… Cuántas veces el café está aguado, demasiadas… tu ya puedes decir corto, ni por esas, y el final, pues no es feliz, no.
Por los Sanfermines de Pamplona, fiestas felices donde las haya, parece que los saltos y las risas y las manchas de los vinos en sus camisas blancas y pañuelos rojos, son condiciones sin las cuales las mozas norteñas no les comparten ni risas ni afectos. Pues bien, de acuerdo, me gustan, cómo no, los cuerpos con vino, en su justa medida, con generosidad prudente y alegría. Habría que hermanar Brasil con el Priorat y el Montsant… la gente sería más feliz.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada