La llamada, la noticia, la sorpresa, que acelera el alma cuando el teléfono grita, te llama el amor en forma de hijo, y lo oyes… voz feliz que da felicidad: estoy bien, la compañera bien, buenas noches, mañana madrugo… y todo se conforma y complace de normalidad. Estamos ávidos de noticias, todos queremos saber que fueran ciertos los productos de los procederes razonados, para que las portadas de los periódicos y las televisiones nos digan aquello que nos gustaría ver y oír, más verdad, más luz, menos farsa, menos guerras, más logros, trabajo, realización personal.
Quién no sueña en un despertar democrático donde los pueblos deciden, con libertad, su libertad… Quién no sueña en un mundo diferente donde las diferencias sociales sean tan cortas que parezca que vivimos en aquellas parcelas, por supuesto, impensables para los humanos de aquí y… de allá. Siempre he procurado no sembrar vientos para que mis llamadas, noticias, sorpresas, no sean una tempestad cocida y merecida. Tampoco espero la luna en un plato, con un lazo adornado de nueces y cerezas. Sólo espero una paz merecida y justa, un respeto posible para todos los hombres. Aspiro, cómo no, a que me llame el amor en todas sus versiones y mejores formas, a tener noticias de todos y todas y más. Y cuando haya sorpresas que sean de bienes para todos mis amigos, familia, compañeros, que sean de paz y mejor justicia para el mundo…
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