El río se ve lleno pese a los robos del progreso. Es mayormente agua salada de mi mar, dos dedos de agua dulce y la resta de doradas, como siempre una ilusión, mis tierras, aquellas que me vieron nacer y crecer… no mucho, por cierto, pero sí feliz. Hoy vamos de restaurante nuevo, promete, pegado al Ebre, y eso es ya una garantía, si no de otra cosa, de un paisaje de primer orden. La comida, siempre nos ilusiona lo típico, lo nuestro, lo propio de la zona, que en caza y pesca es única, en calidad y variedad de manjares y viandas.
Siempre es un placer mi Delta del Ebro. Abro mi casa, veo la familia, la que queda, me extasío con mis naranjos preciosos, me voy por las zonas de la desembocadura, me subo en los observadores, miro todo… patos, flamencos, espacios de nidificación… La Isla de Buda, majestuosa, a la derecha, y, a la izquierda, diferentes lagunas generadas por el encuentro del río con el mar. Son mezclas de aguas de aguas, habitáculos naturales de la más exquisita fauna de llanura. Como siempre me invade la emoción, la tierra tira, dicen siempre, pero además es tan bella y con ese ángel… cada visita es un baño de infancia y cielo.
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