Pero un día te vi, reflejo eterno, soplo vital,
pese a la acumulación de abriles generosos…
Te vi aquella luz que nunca anochece,
aquella gracia en los ademanes cotidianos,
aquella altitud de la modestia sincera,
aquella creatividad para lo que te circunda…
Te vi, como la primavera oteando, primorosa,
y con aire juvenil por el invierno…
y te vi plácida con tu porte de siempre.
Me retorné a los senderos inolvidables,
y me vi también en mi acumulación de tiempo…
pero con aquella capacidad que desplegué,
con aquella ciencia que aprendí contigo…
Te vi y me invadiste, como siempre…
Hay tiempos que no maduran… afortunadamente.
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