Mi abuela, doctora en todas las ciencias sin libro,
me contaba sobre una amiga rica y alabada.
Mi abuela, licenciada en vida,
me decía que era blanca como la leche,
como de algodón, como un platero sin huesos ni sol.
Era blanca y redonda, como la luna de día,
pero ella era nocturna y delicada.
Mi abuela me hablaba del lenguaje de los abanicos,
de las caídas de ojos insinuantes,
de los pañuelos que caen en busca de contacto.
Cuánto sabía aquella gente maravillosa,
que se excitaban contemplando un tobillo…
o recreándose ante la blanca palidez,
presidida por una sonrisa fina y tibia…
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