Desde la bici los vi cruzar un paso cebra. Me paré, discretamente, casi aplaudí. Se me anudó la garganta, emoción… El grupo de ángeles, con síndrome de Down algunos, otros con problemas de movilidad, un par con exagerados tics nerviosos… Uno, regordete, con grandes ojos, de aquellos que miran siempre más allá, llevaba en silla de ruedas a una mujer mayor, pero con una sonrisa inmensa de gratitud que sólo era comparable con la suya. Una pareja iban cogidos de la mano, y se miraban con ternura y verdad… él la llevaba en volandas, ella volaba feliz…
El grupo parecía organizado, se cuidaban unos a otros, con discreción, con amor y respeto. Al pararse para mirar las lisas del puerto, he podido oírles, llamándose con diminutivos, compartiendo fruta y algún dulce. A uno le aconsejan que no fume, otro bebe agua sin parar, otro ríe, todos se ven felices… van de excursión, parecen no pedir más. Son como flores que se contemplan por las crestas de las olas, por los acantilados y por los patios de la luna, flores que la vida nos da a contemplar para conmoción, emoción, reflexión…
Un aparte de respeto y admiración a la educadora social que les acompañaba, quizá tan dulce y tierna como todos, se deshacía en atenciones y contentos, dando explicaciones a cada insinuación de las simpatías del grupo. Todos le mostraban respeto y se disputaban sus manos y sus brazos para cogerse… y lo hacían por turnos y sin peleas. Uno piensa siempre que cuando te quieren es porque tú también quieres, pero en estos casos la correspondencia tiene que llenarte tanto que debe traspasar todos los lindes de la felicidad. Vaya aquí mi homenaje a estas personas cuyo trabajo es un ejemplo de abnegación…
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