Se me ocurren mil reverencias, querida mía,
donde el halago no debilita y solo la verdad cabalga al son de los rosales.
No, quizá no haya rosa que exprese en toda su extensión mis sentimientos,
y menos arrancada de cuajo de aquel jardín de hogar
donde siempre nos respiramos en nuestros nocturnos enamorados.
Es Sant Jordi y hoy te regalo un rosal, mejor que una rosa,
y un libro, mejor que una espiga, y luego te llevo de cena,
por aquellos espacios de cielo con río y violines.
Tú te inventas un libro, que me cuente de tus cosas,
discretamente guardadas a gritos, y yo haré como que aprendo
y bebo de tus vientos que transportan suspiros compartidos.
De tu rosal nacerán rosas sin espinas, de esas sin envoltorio,
que aromatizan los caminos, por donde el amor busca rincones discretos,
con banco y fuente, y una música de ruiseñores que amenice y complemente
los latidos sinceros ya en concierto acelerado.
Hoy, querida mía, se me presencian los inicios y te veo niña de ojos profundos,
de intelectos por explotar, hoy veo el almacén repleto de amor,
que celosamente guardabas para mi.
Recuerdo, como no, que después del primer café, ya no nos soltamos
y vamos por la vida de la mano, siendo cada uno del otro, razón y referencia,
apoyo y sentido, un todo genial donde se complació la Providencia.
Sabes que te quiero pequeña... gran mujer.
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