En los deshielos, las aguas siguen frías,
y las brasas culminan los fuegos,
con tendencia a cenizas confusas.
El rubor se calma, lentamente,
y no se pasa del claro al oscuro,
del trágico ayer al verde hoy,
en un suspiro de retorno fácil.
Las aguas ruedan los cantos de las piedras,
y, a veces, las ves en transparencias,
o en los rincones de los ríos, rodadas,
como después de una resignación,
o de un desprecio en porciones de impotencia.
Nunca la verdad es muda,
y a veces estalla, incluso en los deshielos,
y en las brasas aviva otro fuego imparable…
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