Como profesor, nunca me sentí colega o amigo de mis alumnos, más bien como un tutor, cercano a la misión de un padre, como pude comprobar después, cuando lo fui. De todas formas tenía mis momentos simpáticos, y por aquí van mis pensamientos de hoy.
Después de alguna reprimenda por falta de atención o similar, solía decir: Que me han entendido, sí que "mean"... entendido, y en principio no se daban cuenta de la broma, y yo insistía, sí que "mean"... entendido. Recuerdo que, una vez, mandé al chulito de la clase a buscar tres semillas de lápiz, a la portería, y el conserje, amigo mío, coñón él, le sirvió una bolsa con tres pesos de hierro de cinco kilos cada uno. Otras veces imitaba voces de algún cómico conocido o, simplemente y de repente, le daba un tono totalmente nasal a alguna explicación que en principio tenía que ser seria...
Bien, recuerdos entrañables que me hacen muy feliz. En los días de lluvia, sin partido de fútbol, ni cortejos de rinconcito, les hablaba de las mariquitas, en su misión de insecticida, comiéndose los pulgones del jardín, o de la dilatación de las mandíbulas de una serpiente para poder tragar su presa, pero de esto ya les hablé en otra ocasión. Ahora, para no cansarlos más, mi último pensamiento, en forma de autocomplaciencia: Siempre hice lo que creía que era mejor para mis alumnos, incluso pasando de alguna voz de los muy leídos y muy ilustrados... y muy teóricos.
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