Era un niñato vestido a capricho,
de vanidad, soberbia, marcas...
De casa bien, o mal, pero con dinero,
tenía coro permanente, adulación,
como un sudor pegajoso y repugnante.
Amaba a los clásicos, decía,
y se ponía histérico cuando alguien
le hablaba de cercanos populares.
Una vez le sorprendí...
encendiendo un cigarrillo
con un billete de cien pesetas,
para acabar de calificarse,
por si había alguna duda.
Pese a todo, se diría que...
estaba encantado de haberse conocido.
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