He pasado, a la hora del patio,
por el instituto Antoni Martí i Franquès,
y, entre unas vallas de tela metálica,
me he recreado, los he visto genial, a su aire,
como si los niños de mi escuela hubiesen crecido,
pero haciendo acciones parecidas,
con miradas lánguidas...
y suspiros, quizá más profundos.
En un rincón, dos chinitas con gafas,
revisan apuntes, entusiasmadas,
los cortejadores, aquí más abundantes,
acaparan la sombra de un pino generoso,
los futboleros acaban de tirar una pelota a la calle,
la voy a buscar, la salvo de entre los coches,
los mayores, ya con empaque maduro,
acaban de entrar de la calle,
ya son responsables, se supone.
Me llama la atención la diferencia de alturas,
entre alumnos de la misma edad,
unos, ya a nivel europeo, nórdico,
y otros que les cuesta mucho despegar.
No hay griterío, señorean,
son de bachillerato artístico y tal...
Aquí estudió mi hijo, muy a gusto,
y muy contento, por cierto...
No se les nota mucho la adolescencia,
sólo en sus caritas de niños,
en proceso de realización...
Ellos son el futuro de buena esperanza,
al menos los profesores que se lo cuenten bien,
y salgan llenos de respeto, saber y libertad,
que se lo cuenten, por favor, sin libertad,
no serán ni hombres, ni futuro, ni nada.
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