Mi pecera de cien litros, regalo de mis alumnos, es como un bello silencio, ciertamente activo. En el fondo, hay restos de un barco que naufragó, con sus tesoros y sus bodegas repletas de esperanzas. Más allá, una ánfora muy parecida a las que vendía mi madre, o a las que mi abuela guardaba su reserva de "frito", tan rico y valioso. Una piedras revestidas de una especie de moho verde, colocadas de forma discontinua y de tal manera que los pececitos pueden esconderse por las grutas supuestamente naturales. Unas hierbas acuáticas, a modo de algas, sobre un fondo de pequeños cantos rodados de colores, forman un atractivo hogar por donde mis pequeños amigos, bien comidos y muy queridos, conviven con nosotros.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada