dissabte, 18 d’octubre del 2014

Observsando mi pecera

Mi pecera de cien litros, regalo de mis alumnos, es como un bello silencio, ciertamente activo. En el fondo, hay restos de un barco que naufragó, con sus tesoros y sus bodegas repletas de esperanzas. Más allá, una ánfora muy parecida a las que vendía mi madre, o a las que mi abuela guardaba su reserva de "frito", tan rico y valioso. Una piedras revestidas de una especie de moho verde, colocadas de forma discontinua y de tal manera que los pececitos pueden esconderse por las grutas supuestamente naturales. Unas hierbas acuáticas, a modo de algas, sobre un fondo de pequeños cantos rodados de colores, forman un atractivo hogar por donde mis pequeños amigos, bien comidos y muy queridos, conviven con nosotros.

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