La plaza se pone firme… pasa la niña,
como la espada, anuncia su vivo reflejo,
unos ojos con sol, unos andares crujientes,
de brote verde en la selva aguada.
Madre mía, cómo vuelan sus rizos ondulantes,
qué cadencia firme en sus andares arte…
Conmoción ante el atractivo deleite natural…
Se plasma, casi sin malicia,
la contemplación de la belleza.
Miradas que murieron sus vuelos
y llevaron sus suspiros a la plaza.
Pasa la niña, se para el tiempo,
renace el centro y la diana hermosa.
Pronto, algún latido se le acerca
y un acorde se pronuncie y acelere los crujidos…
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