Y después me voy,
y sólo queda la montaña,
pasto de los ecos
y de los vuelos de los sueños.
Quedan los abismos
y las cumbres,
las laderas onduladas,
y los escarpados...
acantilados mareantes.
Me voy, pero queda la montaña,
marco que recoge
los suspiros y los oxígenos,
los alientos y las respuestas
a las ansias perdidas a los lomos...
de otras esperanzas sin horizonte.
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