Me encantaba ver la calle por la que llegaba,
bajo la semisombra de unos árboles de hoja perenne,
ver tu bici pintada de azules de cielo,
y sobretodo tu silla vacía, antes de empezar las clases.
A primeras horas, la calle con árboles,
sometida a reflejos del sol,
dibujaba en mi mente tu figura emotiva,
de ojos explícitos y semblante plácido.
Instantes antes de tu llegada, la silla vacía
ya tenia tu aroma de rosa blanca y limpia compañía.
Aparecías, casi con el timbre y el silencio,
y empezaba la clase, y yo me enteraba poco,
pese al desesperado esfuerzo del profesor…
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