Tenía los cielos en sus ojos,
y los oros en sus cabellos,
y los ángeles asistían al desfile
de modelos de azules plateados,
que te hacían única y definitiva luz total.
Tenía la gracia de los infinitos,
y la inmensidad de los reflejos de la luna,
que, en ausencia del sol,
reina en la noche sin estrellas.
Tenía el azul de mar y cielo,
y un verde de esmeraldas,
y un plácido de plateados celestes,
un río de trigales, un arco iris,
que iluminaba como una fuente de colores,
y tenía, como no, los tambores de mi alma
marcando tus pasos divinos.
Era única, especial, diferente, definitiva…
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