No había amanecer al que no asistiera,
expectante, apasionadamente emocionado,
tampoco los paseos de domingo por la plaza le eran extraños,
el acudía fiel, a la espera, con el alma en vilo,
y en el bar de la plaza donde se veían sin problemas...
las idas y venidas, tenía sitio preferente, decisivo.
Y en los atardeceres, más o menos rojos,
se postulaba entre las matas donde nacen las primeras primaveras.
Él sabía de tu existencia luz...
y acudía por los cuatro puntos cardinales
y se hacía visible con el resplandor de tu presencia.
Él acudía raudo, preso de un divino impulso vital…
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