Me escapé de un ruido disonante,
como de un zumbar de abejas,
y me paré en la estación
donde los tiempos muestran una pausa
y uno se sube en una nota
escapada de un pentagrama de Mozart
y repara en cuánto sonido raído y maltrecho,
con el que infectó los escenarios de la vida,
y lava su cara con el agua bendita del saber,
y aterriza allá por por donde el matemático de la música
acaricia los tiempos de los melómanos más exigentes.
Del ruido a la música…
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