Cuando la prudencia corona éxitos ajenos
y uno las vive como propias.
Cada vez que callé y no herí,
y no me quedé con el mal sabor de la victoria.
Cada vez que, en la sombra, te sumé un aliento,
te allané un camino, sin saber…
que eras tú quien eliges los campos.
Cada vez que desvelé la madrugada
y vi que el día despertaba en tu mirada.
Cada vez que goberné mis desvaríos
y os hice partícipes de mis logros sanos
y de mis decepciones de ocasión.
Cuando soy partícipe del abrazo sincero
y de arrimar el hombro en el afán de libertad.
Son los buenos momentos… siempre hay amor.
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