En mi pueblo dicen que el que habla solo… se está haciendo una casa, por aquello de los problemas variados que comporta. Normalmente son casos de madurez, de alguien que ha sentado la cabeza y se pone lince en la construcción de un nido que pretende lindo y duradero. Recuerdo haber hablado solo, alguna vez, sobretodo al principio de mis andares como maestro y, ante el pánico de hablar en público en las reuniones de padres, solía ensayar el discurso y, a pesar de esto, igual me ponía nervioso. Afortunadamente, poco a poco, lo superé, pero nunca dejé de ponerme delante del espejo para ver qué imagen tenían mis palabras…
También recuerdo, ahora que no me oye nadie, unos vocablos para pontificar alguna idea, que se gestaron bajo la luz escasa de una habitación de residencia. Y, como no, siempre tengo presente el mal sabor que me dejaba cualquier éxito dialéctico conseguido desde la ventaja intelectual, o desde la oportunidad conseguida sin ir de cara. Hurgando por la memoria, también hablé solo en algún amor de juventud, cuando piensas que son definitivos y que sin él se acaba el mundo… Sí, alguna vez estudié palabras dulces… siempre al dictado del corazón…
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