No, no me considero muy inteligente, pese a mi diez de literatura, o a que alguna vez resolvía problemas que nadie de la clase los hacía. En mi tontez de adolescente, un poco creído y tal, me gustaba discutir hasta los últimos extremos, sobretodo en los casos en los que sabía que no tenía razón. Me encantaba rizar el rizo y ver hasta dónde podía llegar, incluso controlaba el tiempo que hacía durar la estupidez. Son pecados de juventud. Una vez, un payés sin estudios, me vapuleó en una partida de ajedrez, y me puso en mi sitio, muy normalito… Y lo agradecí mucho.
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