No soy un abrazafarolas, pero me gustan,
porque iluminan los senderos de la noche
y disimulan, y acogen, y abrazan...
las corrientes etílicas
de los amantes de los vinos tintos.
Cierta vez en Galicia,
después de algún Ribeiro fresco,
que me pareció muy suave,
contacté con una farola redondeada,
para paliar las embestidas
y me saludó con cariños,
y me invitó al descanso...
y a la moderación, y le hice caso.
Aprendí que hay vinos que entran muy bien...
pero no salen tan fácilmente.
De todas maneras…
¡Feliz Navidad, con un buen Priorat!
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