Mi padre, buena gente el hombre, mi madre, el encanto del buena gente… Te lo llevas al huerto y le enseñas cómo se hace un surco recto, cómo se encañan los tomates de colgar, o a regar el maíz y que te diga cuándo llega el agua al final del surco… Y mi padre lo hacía con cariño extremo, y me enseñó lo de las mariquitas rojas punteadas de negro que se comen el pulgón, y me enseñó el escarabajo de la patata y otros insectos a los que llamaba “alemanes” que se comían las hojas de las verduras…
Cuando apretaba el sol y ya habíamos cumplido mayoritariamente el objetivo, nos sentábamos a la sombra del níspero y bebíamos del agua ya tibia del cántaro. Alguna vez, antes de llegar a casa, pasábamos por el bar de Paca y hacíamos una tapa variada y un refresco. Mi madre esperaba impaciente, con la comida hecha y en la mesa… Y yo le contaba de mi padre, lo artista que era trabajando el huerto, y ella asentía complacida y feliz… Infancia de huerto y padre... y plenitud de madre…
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