Mi padre trabajaba en una pesquera, en la Isla de Buda, a 10 km de casa. Iba en bici, también en invierno… Recuerdo a mi padre con su bondad divina, con su ausencia de agravios, con su amor y paz interior que emanaba desde su humildad. Mi madre, modista autodidacta, cosía día y noche porque… el niño estudiaba. En tiempo de las verbenas de San Juan o San Pedro, o por Carnaval… mi madre tenía los vestidos de sus clientas hechos, planchados y colgados de un estante, ante la admiración de la familia que sabíamos de su constancia, sudor y hasta lágrimas para llevar a buen puerto su responsabilidad.
Mi madre, con ojeras, sonreía feliz en vísperas de la semana de Carnaval, y a mi habitación llegaban los cantos de sus aprendices al compás de las máquinas de coser… Me emociona el recuerdo de aquellas canciones donde, alguna vez, mi madre hacía un solo con su voz alegre y melodiosa… “La jaca que, a galope, corta el viento”, o “El taller de bordados al que acudió un torero a bordar el capote”, o una muy repetitiva, monótona, que creo se llamaba “Monísima”... o, al menos, era lo que repetían. Mis padres, básicamente buena gente, una bondad humilde que generó en mi… cabeza alta y orgullo total en su recuerdo…
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