Tenía una belleza exótica, diferente,
y, al mismo tiempo, una extravagante sencillez.
Era una presencia limpia, con luz…
Su cuerpo dúctil, ágil, sano…
llenaba el ambiente de vida.
Su cara atesoraba un atardecer manzana,
e incluso su cabello podría ser verde
para completar una esperanza en fruto…
Sus vestidos tenían la desproporción de la belleza,
y sus ojos, imparables, buscaban equilibrio.
Daba luz, emanaba paz, diferencia,
era lo innato, tenue, que penetra lento…
y, como sin querer, te invade el sentido
y, después, directo al intelecto, al alma…
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