Un día le paseé una mano experta
bajo su sabia dirección, por supuesto,
y el consenso entre aplausos y latidos
se rompió con un repentino…
¿qué has hecho de mi?
Y a mi me sonó a novela mala,
de príncipe y doncella pobre,
o de avezado trovador que canta
a los oídos sordos de la prepotencia.
No dije nada, acabé el paseo,
me llovió un frío, acogí un silencio…
La acompañé a su casa, formal,
y, en unos días, le regalé un libro de amor.
Parece ser que… yo no era el protagonista…
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