El adolescente me dijo… ¡Qué plasta de clase!
Y yo le dije… si quieres, te musiqueo los radicales,
y le canto a las fracciones y, hasta si me apuras,
te pongo en celuloide las historias de los reyes godos…
Si quieres, puedo intentar comprenderte
en tus peleas contra el mundo,
e incluso asesorarte en tu frustración
porque hoy no te ha mirado,
o, al menos, con los ojos de ayer…
Si quieres, me quedo un rato y te hablo…
de lo infranqueables que son los muros,
aquellos que parecen paralizar tu vida…
Y le hable de la distribución del tiempo
y del orden en las prioridades,
y, cómo no, de la constancia y el esfuerzo,
del ejemplo y de la autoestima,
del buen amor y de la fuerza inmensa
que tienen los latidos a su edad…
Yo era un profesor joven, paciente,
con mucha fe, con poca experiencia…
Él era un adolescente insaciable,
lleno de granos y alteraciones varias,
propicio al sofoco y al sobresalto...
Pero también le vi gratitud y algún aprecio,
y siempre pensé en que algo sembré
en aquel terreno en plena ebullición…
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