Y te hablé del café, que puede durar el tiempo que quieras,
con los añadidos oportunos, sin tiempo ni presión...
Y te llevé a la terraza precisa, con vistas al mar oliendo a sal,
y escuchando música de olas, y cantos de sirenas amantísimas.
Una mesa, un café, una mano que se va por su cuenta
buscando conformidad en la tuya mientras, en vivo y en directo,
te cuento del nido de los jilgueros entre las ramas...
de un naranjo con flores de azahar,
y tu pareces comprender, y lo muestras a los cuatro vientos,
con tu carita de consenso bañada de sonrisas…
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