Mide dos palmos más que yo y tiene unos veinte años menos, por lo menos, de barba pelirroja, y largas manos de uñas negras. Impone, se me acerca, huele a vino, me lanza un aullido seco y, al ver que no estoy muy por la labor de atenderle, me increpa, me grita, me insulta, y yo me evaporo rápido y en silencio, con susto incorporado y una cierta decepción personal. Pensé en llamar a la policía, pero no se muy bien para quién, para el vagabundo ebrio o para mi falta absoluta de sensibilidad. Cosas mías…
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