Te vi con ropa de abrigo,
pieza sobre pieza,
y, encima, como última capa,
cubierta con pieles de lince.
Tu naricilla roja albergaba...
todos los fríos de la costa,
y los guantes no bastaban
para descongelar tus manos,
tiritaban tus dientes de perla,
y, de tus ojos de luna, llovían...
las gotas de escarcha más frías.
Quizá algún suspiro tibio
te templara tus gélidos,
yo me conformo en recordar, feliz,
tu primorosa primavera de verano…
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