Su prudente inocencia madura lenta,
poco a poco se instala expectante
en el borde de los acantilados
que conducen a los abismos de la gloria.
La niña ya está en edad de merecer,
y merece el aura del recato
y el aprecio a la esencia del fruto,
como la flor natural que brotó
de una primavera primorosa y genial.
Todavía no tiene pétalos,
solo son primicias blancas,
que pronto entrarán en color
y volarán esparciendo aromas,
proclamando belleza y juventud,
arte y estilo, gracia, sentido…
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