Los buitres, cual aviones de reconocimiento,
otean el horizonte, huelen la carne joven a distancia,
y se acicalan en las alturas de las cumbres con nubarrones,
para acechar en la oscuridad de las discotecas.
El neón disimulará sus edades indefinidas,
y sus actitudes de alas prepotentes harán el resto.
Son de treinta y parecen de veinte,
y ellas son de dieciocho y parecen de quince.
El experto en el acoso se muestra indiferente,
revolotea, como quien no quiere la cosa,
se viste de una dicción inexperta, una inmadurez...
se acerca, más bien se deja caer y, como no,
lo levantan las aprendices de madre,
según lo que tenían previsto los buitres.
Esto solía pasar en mis tiempos...
Me cuentan que hoy también circulan por las discotecas
alguna guapa buitre que les da dos tazas de su mismo caldo.
¡Con lo bonito que era cuando todo pasaba...
en la era y el neón era la luna!
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