De mi colección de días,
elijo el que te vi con menos niñez,
pero no ausente.
Te había perdido de vista,
y te observé detrás de unos ojos,
pura alegría y luz.
Me acerqué con la mirada,
y me llevé el oído,
y escuché la gracia y el aplomo,
dando sentido al jolgorio...
de las proximidades exaltadas.
Llegué a casa con la mente templada
y el corazón expectante,
y así empezó todo y acabó mejor…
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