Mientras gemías alternancias
por los claroscuros de la noche,
te apañé un deshielo de escarchas,
como alivio a tus ardores contenidos.
Un zurcido al descosido latente
de un recuperado al desaliento...
y, entre rotos y estropicios,
aprendimos a volar por las sorpresas.
De lunes a lunes, siempre lunes,
hasta que un viento,
más Alisio que enemigo,
nos arrastró, generoso,
más allá del desconsuelo unánime.
Te apañé un deshielo de escarchas,
y tú me acercaste tu calor, en ronroneo.
Mientras, la noche, empezó a amanecer…
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