De pequeño, los pasteles inalcanzables,
de mayor, sigo con la nariz en los cristales,
pero ahora, lástima, no puedo, no los cato,
por un quizás o por un si acaso…
los azúcares te endulzan diabéticamente crueles.
No me gusta sentarme en la puerta
para ver cómo circulan los cadáveres,
prefiero la ventana indiscreta,
aquella abierta a los vivos y a los vientos…
ya sabéis, aquellos que doblan paraguas,
hacen volar hojas, levantar faldas,
volar los sombreros, cabalgar melenas…
Me complace observar actitudes del que prevé,
del que protege, del que se hace igual y abre brazos,
del que no parece real por lo justo,
por lo práctico, neto, solidario.
Gozo con las sombras honestas de la gente
que le brotan rastros que no borran ni la lluvia.
Me renazco con tu descarga de silencios,
como descarga del torpedo de los míos.
Observo nuestra vida, como río…
corrientes de aguas puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,
como diría el poeta bucólico.
Me gusta observar, con te, observarte…
y, como más te miro, más te veo… mía.
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