dilluns, 17 de març del 2014

Del por qué cantamos en la ducha

La conocí en un desliz de mis andares, una puesta de miras de otros lares,
aprendiendo otras visiones y paisajes…
La vi bajando escaleras de campo, con piedra inoportuna tropezó lenta,
nunca torpe, la vi en pedazos, trozos de arte por los suelos con hojas.
Se cae, la levanto, nos vemos, mejor de cerca, mucho mejor.
Se compone, se acicala, la fuente a un paso y un banco amigo,
de los de sentarse para ver pasar los tiempos y sus gentes a compás…
Un tobillo precioso que se hincha, una lágrima, cual perla zafirada,
se desliza suave por la belleza, riegos de vida de los ojos madre,
madre de las luces, sin sombras.
Unos descansos, un agua fresca, mis pañuelos de papel,
siempre compañeros de viaje cercano.
Unas nimiedades para unas risas, una muestra de dientes generosa
detrás de una mueca de aprecio.
Pedazos de sonrisa profunda, un abrazo de apoyo, casi no la noto,
parece que calza patines, huele a jazmín de mar cercano.
Fue el principio de un sueño libre con el que dormí bien y a gusto
hasta que, de un toque suave, la realidad te despierta,
te ofrece el espejo del día para que veas, de un tirón,
sin interrupciones ni perlas, tu felicidad de hoy, momentos, vida…
Y, en despertar, te relames entre sueños y realidades,
y en la ducha sonríes, bañado por las aguas y las espumas.
A veces, incluso canto… y ahora ya sé por qué cantamos en la ducha,
es nuestra forma de gratitud a la felicidad…

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